Conclusiones precipitadas by Ángel Barrios

Conclusiones precipitadas by Ángel Barrios

autor:Ángel Barrios [Barrios, Ángel]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2020-05-15T00:00:00+00:00


* * *

Siguiendo instrucciones de Giner, Carlos le cogió del brazo y le ayudó a cruzar varias calles alrededor del parque por los cuatro puntos cardinales y sin rumbo fijo.

—Hay que asegurarse de que todo esté despejado —dijo Giner— y Loren saldrá de su agujero.

—¿Se creen que están en una película? ¿Y quién cree usted que les sigue?, dígame. La policía no va a hacer nada por unas revistas de hace treinta años. No les entiendo.

—Una inspectora con muy mal carácter ha estado en la academia y ha sonsacado a Loren. No estuve delante, pero el muchacho tuvo que cantar. Nada de las revistas, por supuesto. Le ha ofrecido una salida, un trato, pero si ve las fotos de mujeres acostándose con pequeños caballos puede que lo retire y que nuestro Loren se pudra en una prisión estatal. No quiere eso, ¿verdad?

Carlos se tocaba la frente esperando el verde del semáforo. No sabía qué había hecho Amanda, pero estaba seguro que esas revistas le daban igual. Este par de tarados paranoicos le iban a complicar la vida. No le gustaba el tono del profesor cuando habló de la inspectora de policía, era un tipo peligroso y con un potencial para el desastre que ni él mismo imaginaba. Le tuvo que avisar en varias ocasiones para que no moviese el bastón con tanto ímpetu, ya que había golpeado a varias personas que le recriminaban a él para que controlase a su persona dependiente.

—Coja su coche y conduzca hasta el pequeño utilitario del señor Santos —dijo Giner—, me ha dicho que sabe dónde está. Aparque en paralelo y meta las revistas en el maletero.

—Pero ¿dónde está Loren?, tengo que hablar con él.

—Olvídese de él. Está a salvo.

—Eso es lo que quiero, darle las revistas y olvidarme. ¿Lo entiende? ¡Y a usted le digo lo mismo! —dijo a Giner a la cara, que se había detenido.

—¿Le está molestando este payaso, señor invidente? —Escuchó Carlos tras él. Se giró y allí estaban ese adolescente vengador y su incisiva novia.

—Abusa ciegos, ¡cabrón! —gritó la chica, ante la curiosidad de algunos viandantes que comenzaban a interesarse por la escena y la definitiva pérdida de paciencia de Carlos.

—Fuera de aquí, pareja de gilipollas —dijo Carlos enseñando su placa no operativa de inspector—. ¿Sabe quién es? —Se dirigió a Giner—. Es el aprendiz de Pinochet, el que le dio la patada a Loren.

—Vámonos, tío —dijo la chica cuando Giner se quitó sus tecnológicas gafas.

—Haz caso a esa hormonada mental que tienes por novia y lárgate de aquí si no quieres que te caiga ahora mismo una tormenta de consecuencias que no sabrías ni deletrear —le advirtió Carlos a punto de perder los estribos—. ¡Y no digas ni una sola palabra!

—Soy menor, no me pueden hacer…

No había terminado la frase cuando Ramón Giner alargó su mano metiéndole algo en la boca con una agilidad y delicadeza asombrosas. El desproporcionado púber tosió varias veces, comenzó a echar humo por la boca y a gritar mientras corría de un lado a otro perseguido por su picajosa compañera.



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